sábado, 17 de septiembre de 2011

REINO MEDIO

El reino medio no era tan majestuoso como el reino antiguo, pero tampoco fue una ruptura. 
Después de los asesinatos y la pérdida del poder de los faraones, la figura del faraón se hizo un poco más humana. Ya no es más importante que los dioses mismos, ni que va por delante de ellos en las representaciones y las estatuas, sino es más humilde, arrodillado delante de ellos y necesitado de ellos y de los sacerdotes. 
Las pirámides del reino antiguo no consiguieron proteger las momias de los grandes faraones, y tampoco la economía podía permitirse más esfuerzo, así que aunque se mantuvo la forma piramidal de la tumba real, el material era el ladrillo y piedras más perecederas. Para compensar la falta de robustez y despistar a los saqueadores, las pirámides se complicaron por dentro y se llenaron de trampas. 
Después de la revolución social y religiosa contra los faraones, el dios Ra y sus sacerdotes, el dios Osiris adquirió una importancia bastante grande y su supuesta tumba en Abydos se convirtió en un lugar de peregrinaje de todo el país. 
Otras divinidades importantes de la época eran Monthu el dios de la guerra con las forma de un halcón protegido por el sol y la cobra, y el dios Sobek con la forma de un cocodrilo. El dios Amón, que antes era la divinidad local de la ciudad de Thebes, se iba convirtiendo poco a poco en el gran dios nacional y se asoció con las grandes divinidades anteriores, como Ra, Osiris, Ptah y Men. 
La humanización de la sociedad dio lugar a un apogeo de la literatura y la época nos dejó unas obras maestras como el Papiro de Sinuhe, y el pairo del navegante perdido.

LA HISTORIA DE SINUHÉ

Sin duda el texto estelar de la gran narrativa egipcia de la época Faraónica es el que conocemos como El Relato (o la Historia) de Sinuhé. Escrita hace unos 4000 años, hacia la primera mitad de la Dinastía XIIª (siglo XIX a.C.), durante el Reino Medio, el período para algunos más creativo y dorado de la civilización faraónica, se nos presenta aún hoy día como un texto fresco, entretenido y aleccionador.
Los antiguos egipcios la  consideraban indudablemente una de sus más acabadas obras literarias, un texto que reflejaba como ninguno sus valores e ideales. En este sentido se nos antoja que la Historia de Sinuhé fue para el Egipto Faraónico una especie de “obra nacional”, de una forma parecida a como lo fueron la Ilíada y la Odisea para la Civilización Grecorromana, la Epopeya de Gilgamesh para los mesopotámicos, o por acercarnos más a nuestro mundo, la Chanson de Roland para la Europa medieval… La cantidad de copias que se han recuperado de este texto, en papiro, en ostraka o en tablillas de madera, así como las menciones recurrentes de que era objeto en las escuelas de escribas y en general en los ambientes cultos y cortesanos, son el perfecto exponente de una popularidad que no admite parangón con ninguna otra obra literaria del legado Faraónico.
Las razones de este éxito y popularidad son múltiples. Por un lado la Historia de Sinuhé es un texto de bello y cuidado lenguaje, compuesto con cuidado y esmero. La trama proporciona emoción al lector, lo funde con el protagonista, saludando jubiloso el final feliz que inevitablemente debía llegar. Al igual que la célebre leyenda mitológica de la pasión, muerte y resurrección de Osiris, la favorita de los egipcios, donde las peripecias del dios y de sus divinos familiares, en especial la esposa abnegada, la fiel y valerosa Isis, y el hijo y heredero, Horus que acabará imponiéndose y vengando al padre, tenían un poder de atracción y una fama incomparable, el Relato de Sinuhé avivaba los sentimientos humanos básicos del lector egipcio, lo mantenía en vilo, y se encontraba plenamente identificado en él.
Porque –y aquí llegamos a una de las claves- Sinuhé encarnaba el modelo de aquello a lo que todo egipcio (que no fuera un pobre campesino) aspiraba a ser: el perfecto cortesano, el noble fiel y eficiente al servicio del soberano, el buen funcionario, astuto, inteligente y que, sin necesidad de ser particularmente valeroso, afrontaba las soluciones límite que le ponía por delante el destino. Además, detrás de toda la vida, los viajes y las peripecias de Sinuhé emergen dos elementos fundamentales de la visión que los egipcios tienen del mundo: por una parte, el Faraón, referente indiscutible, único señor digno de tal nombre, dueño de la vida terrena y garante de la eternidad venturosa de sus súbditos, dios vivo y buen pastor, juez y amo, patrón y benefactor. El segundo elemento, de igual o mayor importancia, es la devoción a la patria egipcia, al valle del Nilo, la “Tierra Amada”, fuera de la cual, de sus gentes y costumbres, es muy difícil para un egipcio entender que exista la felicidad de una vida plena y la seguridad de la bienaventuranza eterna. El egipcio, como Sinuhé, marcha al extranjero impelido por fuerzas mayores y, sin duda, anhela siempre volver a Egipto, si no para vivir, sí al menos para morir, y compartir el glorioso destino de sus antepasados.
En torno a estos tópicos gira toda la trama del Relato de Sinuhé. Veamos, a grandes rasgos los principales hitos argumentales de la historia:
-Tras un breve prólogo que recuerda mucho una biografía funeraria (hasta el punto de que hay aún quien sostiene la historicidad de nuestro personaje), nos encontramos con el auténtico principio de la obra. De una forma casi abrupta se nos informa que se ha producido un magnicidio, que, cosa inaudita para un egipcio, la persona sagrada e inviolable del faraón, ha sido profanada. La muerte del rey, Amenemhat I, es así presentada con unos términos casi mitológicos, pero que sin embargo no acaban de ocultar lo que sabemos por otros documentos contemporáneos: que el soberano murió asesinado, víctima de un complot palaciego en el que habrían estado implicados importantes cortesanos e incluso posiblemente miembros de la propia familia real. El príncipe heredero, Sesostris (el futuro Sesostris I), que se encontraba de campaña contra los libios, es advertido y rápidamente se apresura a la capital para restaurar la situación y asegurar la continuidad dinástica. Sinuhé, de alguna manera, entiende que puede verse –injustamente dice él- implicado en la conjura. Presa de pánico, abandona la capital y huye. La ruta que sigue en su huida hasta atravesar la frontera egipcia esta descrita con profusión de detalles y mención de topónimos, y, sobre todo, con una gran viveza literaria, como en el episodio en que, llegando ya hasta la fortaleza que se alza en la frontera oriental egipcia, nuestro personaje se oculta en unos arbustos y acecha a los centinelas para aprovechar la ocasión propicia de abandonar Egipto. Así llega al Sinaí, pero solo para verse perdido en medio de uno de los desiertos más duros del Oriente Próximo. Sin comida ni agua, solo y abandonado, Sinuhé desfallece, se abandona en el suelo, y creer morir.
-En este punto el relato experimenta un giro inesperado. Sinuhé escucha el mugido del ganado, y se encuentra con un grupo de beduinos, en cuyo campamento es acogido hospitalariamente, le ofrecen alimento y cobijo, lo alimentan y en definitiva le salvan la vida. El jefe de la tribu, el jeque Amunenshi, lo recibe con alabanzas y grandes muestras de respeto, e inquiere por la situación en Egipto. Esta pregunta se convierte en una oportunidad para que Sinuhé realice un auténtico encomio del nuevo faraón (Sesostris I) lleno de pasión y fidelidad, algo que uno difícilmente esperaría de un exiliado… Amunenshi, impresionado, coloca a Sinuhé al frente de una de sus tribus y a cargo de un territorio rico y de importancia estratégica, y por si eso fuera poco le da en matrimonio a su propia hija. Los años pasan y Sinuhé prospera en tierras de Palestina y Fenicia. Desde Biblos a Gaza, sus hazañas y correrías acrecientan su fama y respeto. Pero también generan envidia y rivalidad. Así, un buen día, recibe el desafío de otro caudillo sirio-palestino, que lo reta a combate singular, con vida, bienes y súbditos en juego. Este auténtico “combate de jefes” se convierte en un espectáculo que atrae a multitudes al lugar del evento. El rival de Sinuhé es un gigante de envergadura colosal, ante el cual el egipcio parece destinado a ser derrotado y a morir. Pero Sinuhé tiene preparada su estrategia: agota a su rival, evitando el cuerpo a cuerpo, y luego lo mata clavándole una saeta en el cuello. Nuestro héroe le corta la cabeza en medio del delirio de la multitud. Ahora sí que su celebridad no conoce ya límites, y su influencia y prosperidad en Siria, son incomparables.
-Pese a todo, Sinuhé no es feliz. Añora Egipto, su tierra, a su gente, y a su rey. Desea volver, envejecer allí y ser enterrado conforme a las prácticas y rituales egipcios. Y se produce el milagro, Recibe una carta del mismísimo soberano. La carta-decreto de Sesostris I es una de los fragmentos más elocuentes y vívidos de todo el relato. Después de reprocharle su huida, insistiéndole en que nada tenía que temer y que nadie dudaba de su inocencia, le exhorta a regresar. Le recuerda su favor en la corte, especialmente por parte de la reina y los príncipes de la corona, que lo conocen bien puesto que Sinuhé había desempeñado funciones cerca del harén. Y, sobre todo, le advierte lo que le supondría morir en tierra extranjera, entre los asiáticos, y ser enterrado según sus bárbaras costumbres. En un pasaje verdaderamente único, el faraón le describe con detalles un funeral de lujo, que le estará reservado a él si vuelve. Esto es demasiado para Sinuhé. Lo abandona todo, no sin dejar arreglados sus asuntos en Asia, colocando a su hijo mayor al frente de su tribu y sus posesiones, y emprende el regreso a Egipto.
-El tramo final de la Historia de Sinuhé es una feliz sucesión de secuencias que suponen la restitución de Sinuhé a su lugar, a su posición social y, en definitiva, lo convierten otra vez en egipcio. Es recibido por el rey en persona, y por la familia real y la corte al completo. Se le despoja de sus hábitos asiáticos y de su aspecto de extranjero. Se le coloca en una mansión regia, posiblemente al servicio de alguno de los príncipes a los que tan bien conocía desde pequeño. Finalmente, se le asigna un terreno, medios materiales y humanos para edificar una tumba adecuada a su rango y al favor del que disfruta ante el faraón. Así, apaciblemente establecido en el lugar que le vio nacer, querido y respetado por todos, Sinuhé espera tranquilo y confiado la muerte…
Las enseñanzas que de este extraordinario texto podemos extraer son múltiples y variadas. Toda la trama desemboca en un final que se nos antoja perfecto reflejo de la actitud egipcia ante la vida y la muerte: el egipcio, especialmente el egipcio acomodado, el noble o cortesano, escriba y funcionario, fiel al estado y a su rey, tras una vida ejemplar de servicio y lealtad, en la que no ha descuidado la preparación de su ajuar funerario, de su tumba y del servicio que debe dejar asegurado para ella, puede esperar sin miedos la muerte, como un tránsito hacia un más allá o, mejor dicho, a una vida eterna en la que se va a prolongar la vida excelente del cortesano y terrateniente. Allí disfrutará de un paraíso que en buena medida no es más que una copia magnificada de las excelencias naturales de la tierra de Egipto. Pese a que hubo voces en Egipto que se alzaron ante esta imagen confiada de certidumbre en el destino del hombre, lo cierto y verdad es que la impresión que en general extraemos de la documentación egipcia se ajusta muy bien a lo que recoge la Historia de Sinuhé.
Y, como en este relato, queda claro el papel central, absoluto y solar del Faraón, y no solo como vértice de la pirámide social y centro del poder político. Para los egipcios el soberano es además el auténtico dador y garante de la felicidad eterna a la que todo egipcio aspira. Intermediario entre los hombres y los dioses, divino él mismo, bajo su responsabilidad no queda sólo el bienestar material del pueblo egipcio (él es el garante de la crecida del Nilo), o su seguridad frente a los enemigos. Además de todo esto, es él  quien facilita el paso a una feliz inmortalidad, que todo egipcio quiere disfrutar acompañando y sirviendo a su señor tras la muerte, como lo hicieron en la vida. Se trata de un dogma que evolucionará a través de los siglos y etapas de la historia egipcia pero que de una u otra forma nunca dejó de ser aceptado y sustentado.  Además, por supuesto, la Historia de Sinuhé es un documento de valor histórico de primer orden, pleno de datos y de verosimilitud. Nos informa acerca de acontecimientos y detalles internos de la corte egipcia, y pone de relieve la influencia de Egipto en la franja Sirio-Palestina durante la primera mitad de la Dinastía XII, quizás el primer período en que la autoridad de los faraones llegó a ser reconocida y aceptada en esta región de Asia.
En este sentido no hay que dejar que señalar las evidentes similitudes de este relato con textos y obras literarias de Palestina y Mesopotamia. Particularmente sugestivos son los paralelos con el texto Bíblico, que ya fueron señalados desde la publicación de las primeras traducciones de nuestro texto: la huida y éxodo de Sinuhé evoca inevitablemente la figura de Moisés, expulsado de Egipto, perdido en el desierto, pero también rescatado de la muerte gracias a la hospitalidad de la tribu de Jetró, con cuya hija, Sefora, se casará. Y, por supuesto, el paralelismo entre el duelo singular de Sinuhé con el campeón sirio y el relato bíblico de la lucha de David y Goliat es mucho más que una mera coincidencia…

viernes, 16 de septiembre de 2011

IMPERIO O REINO NUEVO

Dinastía XVIII
Por muchas razones a esta dinastía se la considera la más importante de toda la historia de Egipto.
Cuando subió al trono Iahmes I (Amosis) contaba con la edad de 10 años, como era menor de edad, la regencia de Egipto recayó en su madre Ahhetep. Luchó contra los Hicsos y los expulsó definitivamente del país llegando en su persecución hasta Palestina. Los Hicsos fueron vencidos con las mismas armas que ellos habían introducido. Al término de su campaña militar contra los Hicsos arremetió contra el reino de Cush, situado al sur de Egipto y que fuera aliado de estos. Después de tres campañas militares Iahmes I se adueñó de su territorio hasta la segunda catarata. Esta zona tenía mucho interés para Egipto por sus enormes reservas de oro. A partir de su reinado empezó a florecer el comercio exterior sobre todo con Fenicia y Creta. También comenzó a aumentar la actividad constructiva de monumentos y templos. En lo que concierne a la religión el dios principal tebano era Amón, aunque Iahmes I empezó a potenciar también el culto por Osiris, el dios de la vegetación y sobre todo el dios del Mundo Inferior o funerario.
Iahmes I fue enterrado en la necrópolis tebana de DraAbul-Naga.
Le sucedió en el trono su hijo Imenhetep I (Amenofis). Este faraón es mayormente conocido por haber cambiado radicalmente las costumbres funerarias. Pasó de la unión física de templo funerario y sepultura real a construirlos por separado. Se cree que fue el fundador de la necrópolis del Valle de los Reyes, aunque su tumba no se ha encontrado allí todavía.
Imenhetep I no dejó herederos así que su hermana, la princesa Amosis transmitió los derechos a su esposo. Como el derecho al trono había sido por ley y no por nacimiento (en este caso el derecho a reinar lo daba Amón) el nombre que adoptó fue Dyehutimes I (Tutmosis), ya que Toth es entre otras cosas era el dios de la ley.
Tampoco Dyehutimes I dejo herederos varones. Su hija legítima Hatshepsut se casó con su hermanastro Dyehutimes II (el padre era Dyehutimes I y la madre la princesa real Mutnefert) quien gobernó a Egipto durante cuatro años escasos.
Le sucedió su hijo Dyehutimes III que era un niño de corta edad. Debido a ello, la reina viuda Hatshepsut, se hizo cargo de la regencia. Durante los primeros años indistintamente según las necesidades hacía las funciones de rey o de reina, esta atípica corregencia duró poco ya que en el año 7 de Dyehutimes III, Hatshepsut se tituló definitivamente rey gracias al apoyo del clero que ideó un sistema para hacer legitimo su nombramiento como faraón. La llamada Teogamia: El dios (en este caso Amón) se encarna en el faraón para engendrar al heredero, que recibe así, el derecho a reinar.
Aun siendo mujer se hizo representar en los monumentos con rasgos masculinos, incluso con la famosa barba ritual.
Durante su reinado se rodeó de personas influyentes y con cargos religiosos como, Hapuseneb, visir y Sumo Sacerdote de Amón y en particular de Senmut, Segundo Sacerdote de Amón y su arquitecto real.
Una de las expediciones más documentadas de su reinado fue la que hizo al país de Opone (Punt) en busca de productos exóticos como maderas preciosas, resinas aromáticas, arboles del incienso, maderas perfumadas de tres clases (toshep, jasuy, imet), ébano, marfil, oro. En el templo mortuorio de Deir el-Bahari construido por Senmut en una de sus terrazas se encuentra representado este viaje. Se cree que Punt se encontraba en la costa del Mar Rojo, en la desembocadura del río Elefante muy cerca del Cabo Guardafui.
En el año 22 de reinado muere Hatshepsut reinando ahora en solitario el ignorado rey Dyehutimes III. Lo primero que hizo después de su muerte fue intentar recuperar los territorios perdidos en Asiria conquistados anteriormente por Usertsen III (Sesostris). A lo largo de casi 20 campañas militares, Dyehutimes III luchó primero contra el rey de Qadesh y luego en posteriores campañas contra los reyes de Mitani, situados en la zona del río Éufrates.
La misma política exterior fue continuada por Imenhetep II y Dyehutimes IV. Siguieron las luchas contra los pueblos Mitani en el Éufrates. Viendo Dyehutimes IV que las fuerzas estaban niveladas, se casó con una hija del rey de Mitani para sellar la paz entre los dos pueblos. Restablecida la paz se dedicó a la conservación y restauración de monumentos y templos. Uno de los que rescató de las arenas del desierto fue la gran Esfinge de Giza. Según cuenta la leyenda, Dyehutimes, antes de ser nombrado faraón se quedó dormido bajo la gran Esfinge. Entonces en un sueño el dios Ra le comunicó que si despejaba de arena la esfinge sería en un futuro proclamado rey, y como fue así mandó colocar un estela entre sus patas para recordar que debía el trono, no a Amón, si no al dios-sol Ra simbolizado por dicha esfinge.
A su muerte le sucedió su hijo Imenhetep III, más conocido como el Magnífico. Era hijo de DyehutimesIV y de Matenuya. Durante su reinado de casi cuarenta años la civilización egipcia alcanzó la cima. Fue más bien un monarca pacifista, lo demuestra el hecho de que continuó la práctica matrimonial inaugurada por Dyehutimes IV casándose con una hija del rey de Mitani llamada Shuttarna II, además se casó con una hija del rey de Babilonia y con otra del rey de Arzawa. También estuvo casado con la que sería la reina principal Tiy.
Aunque la capital seguía siendo Tebas, Imenhetep III pasaba gran parte del tiempo en Menfis. Esto hizo que los leves intentos de su antecesor por acercarse más al clero de Heliópolis y por consiguiente al culto solar fuesen continuados y con más fuerza por Imenhetep III. Empezó a dar cargos de importancia al clero de Heliópolis, mientras que por otro lado, se los quitaba al Tebano.
Imenhetep III sembró el país de templos y monumentos siendo el responsable máximo de ello el visir y arquitecto Amenhetep, hijo de Hapu; fue tal su fama que en tiempos de la Baja Época fue divinizado.
Durante todo su reinado no salió de Egipto; nunca viajó a sus posesiones asiáticas. Debido a ello poco a poco las relaciones entre Egipto y Mitani se fueron enfriando. Comenzaron las intrigas palaciegas. Imenhetep III sintió la necesidad de refugiarse en sus orígenes religiosos aproximándose ahora un poco más al clero de Amón.
Ya anciano, el faraón para reforzar los lazos con el pueblo Mitani, pidió casarse con una hija de su rey. La princesa Tadu-Jeba fue enviada por su padre Tushratta para desposarle. Pero su llegada coincidió con la muerte del faraón.
A partir de este momento entramos en un periodo tremendamente importante en la historia de Egipto. Se produjo en él un cambio significativo principalmente en lo religioso y en lo artístico. Comprende los reinados de Imenhetep III (su final), Imenhetep IV/Ajenaton y Tutanjamon (su comienzo). Se trata del Periodo Amarniense (Tell el-Amarna). Los datos escritos de esta época son muy numerosos y por lo tanto es una etapa bien conocida.
Lo primero que hizo Imenhetep IV tras suceder a su padre fue casarse con la princesa Tadu-Jeba, que en un principio estaba destinada a casarse con su padre, con este acto asumía los compromisos diplomáticos de Imenhetep III con Mitani.
Imenhetep IV creía en el monoteísmo, o sea, en la adoración de un solo Dios. Era un Dios no visible físicamente, era la luz y el calor que desprendía el sol. Fue representado en forma de largos brazos procedentes de la corona solar que daban vida y protección a todo ser viviente. Le dio el nombre de Atón.
Inicialmente gobernó en Tebas durante 4 años. A lo largo de ese tiempo se formaron dos bandos: uno partidarios del clero de Amón y otros seguidores de Imenhetep IV y partidarios del Dios solar y único, Atón. Pero en el año cuarto estalló definitivamente la crisis religiosa. Rompió sus relaciones con el clero de Amón y él y sus seguidores partieron hacia el norte en busca de un lugar para construir una nueva ciudad. Lo encontraron a 224 Kilómetros y a la ciudad le pusieron por nombre Ajetaton (el Horizonte de Atón). Construyeron palacios, viviendas, jardines, templos a cielo abierto, escuelas. El faraón como seguidor del Dios único cambió su nombre pasándose a llamar Ajenatón (el que es útil a Atón). También lo hicieron altos cargos como su general de todos los ejércitos Horemheb que pasó a llamarse Paatonemheb. Desde Ajetaton estableció una lucha encarnizada contra el dios tebano Amón, mandó cerrar templos, borrar de todos los lugares visibles el nombre del dios.
Ajenatón estaba casado con 
Nefertiti, su esposa principal, la descendencia que tuvieron fueron todas mujeres y en un total de seis. Estos eran sus nombres: Meritaton, Meketaton, Anjesenpaaton, Neferneferuaton, Neferneferura y Setepenra. Ajenaton mantuvo relaciones con las tres primeras, llegando a tener un hijo con la primera y la segunda.
Cuando en el año 12 de reinado, Nefertiti se separó de Ajenaton, este se casó con su hija primogénita Meritaton, la cual ya estaba casada con Smenjara.
Dos años más tarde murió Nefertiti y es posible que entonces se asociase como corregente a Anjjeperura (Smenjara). Esta corregencia no duró mucho ya que ambos murieron transcurridos tres o cuatro años.
Durante esta etapa se produjo un paréntesis en la evolución artística en Egipto. Hasta entonces se había empleado la expresión artística aspectada para representar la figura humana en muros, papiros, ostraca. Se caracterizaba primero por representar la figura humana mostrando la imagen más representativa de cada parte (cabeza de perfil, cuerpo de frente y piernas de lado) y segundo por dar al tamaño de la figura no un significado de perspectiva, si no de categoría social (a mayor tamaño, más alto cargo). En la etapa Amarniense se pasó a representar la figura de manera más real y un tanto exagerada: labios gruesos, ojos oblicuos, cráneo deforme, vientre voluminoso. En las representaciones de Ajenatón con su familia se les ve como personas deformes, aunque al final de esta etapa se suavizaron mucho los contornos, prueba de ello es la considerada como una de las obras cumbre del arte egipcio de todos los tiempos. Me refiero al busto de la reina Nefertiti de cuello de cisne y falto de la pupila izquierda y que fue encontrado en el taller del escultor real Tutmosis.
Le sucedió en el trono un joven de nueve años llamado Tutanjaton, se cree que era hermanastro de Ajenatón. Contrajo matrimonio con la tercera hija de este, Anjesenpaaton quien le trasmitió los derechos al trono. Durante los primeros años de su reinado vivió en Ajetaton, pero pronto se trasladó a Tebas. Promulgó un edicto restableciendo de nuevo el culto al dios Amón y a todos los demás dioses pero sin dar de lado al Dios Atón, a quien siguió adorando. Devolvió todos los bienes que tenían los templos y restableció el poder del clero tebano. Cambió su nombre y pasó a llamarse Tutanjamon.
Como era muy joven para reinar se hizo aconsejar por el ya anciano padre de Nefertiti, Ay y por el general de sus ejércitos Horemheb.
Tutanjamon falleció de muerte violenta a los 18 años. No tuvo hijos, por consiguiente con él se extinguieron el conjunto de monarcas que liberaron a Egipto de la invasión asiática y llevaron a esta nación a lo más alto de su poder y majestuosidad.
Tras el breve periodo de reinado de Ay, le sucedió en el trono el general Horemheb, seguidor por cierto del dios Horus. Aunque no tenía sangre real era el justo sucesor ya que durante los reinados de Ajenatón, Tutanjamon y Ay, había mantenido a raya los esporádicos intentos de invasión de los Hititas ya que para entonces el imperio mitanico había casi desaparecido.
Siguiendo el protocolo real se casó con la hija de Ay, Mutnedyemet. Durante sus veintiocho años de reinado procedió a una serie de reformas administrativas que pretendían remediar el caos provocado por las medidas de Ajenatón. A él se atribuyen la destrucción del templo de Atón en Tebas y posiblemente también el principio de desmantelamiento de la ciudad de Ajetatón.
Con Horemheb termina definitivamente la historia de este periodo tan importante de la historia de Egipto.

sábado, 10 de septiembre de 2011

ÉPOCA BAJA

Muchos estudiosos de Egipto consideran a esta dinastía como la última del Tercer Periodo Intermedio, pero en algunas tablas cronológicas la incorporan como la primera de la Baja Época. 
El fundador de la dinastía XXV fue Shabaka (Sabacón). Al subir al trono se proclamó rey de todo Egipto. Este y sus sucesores ciñeron la doble corona pero nunca renunciaron a sus orígenes manteniendo la necrópolis y la capital en Napata (cerca de la cuarta catarata). Construyeron muchos templos, la mayoría consagrados al dios Amón y siguiendo el puro estilo egipcio. A pesar de tener su propia lengua indígena (la meroítica), las inscripciones de los templos se realizaron en un correcto egipcio clásico. 
Durante la dinastía Nubia cobró mucho auge la institución de las Divinas Adoratrices de Amón en Tebas, poniendo al frente de este cargo a alguna hija del faraón regente. 
En cuanto a la política exterior, los faraones Nubios debieron afrontar durante su reinado las amenazas de los Asirios. Los reyes Sargón II, Senaquerib, Asaradón, Asurbanipal lucharon en el Delta del Nilo contra sus contemporáneos egipcios Shabaka, Shabataka (Shebitku), Tahlq (Tarco), Tanutimen (Tantemani), Nekau I (Necao). Se iban alternando las victorias hasta que Psametico el hijo de Nekau I que se había refugiado en Siria, hizo frente a Asurbanipal venciéndole y expulsando a los Asirios de Egipto. Con el reinado de Psametico comienza una nueva dinastía. La XXVI.